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viernes, 19 de agosto de 2011

Poema de un migrante

Siempre hay un mañana y un ayer.
Siempre una despedida y un volver.
Y es la misma historia
que a menudo se repite de querer volver.
Vuelven las estaciones del año
y con ellas su acontecer;
vuelve el huerto a florecer,
el fruto a crecer y las hojas a caer.
Y en un atardecer encendido,
regresan las aves a su nido,
a dar calor y abrigo,
y a sus polluelos proteger.
Y nosotros, para bien o para mal,
siempre queremos volver
a donde quedó enterrado el cordón umbilical.
Y, ¿qué sucede cuando volvemos al sitio anhelado?
Entonces nos damos cuenta
que la mente nos ha traicionado;
que nada es lo mismo,
que todo ha cambiado;
que aquel ambiente antes nuestro y halagüeño,
ahora es ajeno, tiene otro dueño.
Que ya no existe aquel humilde hogar
donde un día todo fuera luz y alegría,
y hoy, aquel paraje triste,
solo semeja una tumba fría.
Entonces nuestros ojos entristecen
al ver el solar baldío
donde triste canta un grillo
y unas hierbas crecen.
Y ¿qué nos queda entonces?
Solamente volver de nuevo
al exilio voluntario,
a voltear las hojas del calendario
y a esperar que una fría

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